Capitalismo o la tortura de Sísifo

sábado, 23 de agosto de 2008

Supongamos un Estado que haya hecho lo debido, por ejemplo, según el Banco Mundial, haya establecido un ordenamiento jurídico básico, mantenido un entorno de políticas no distorsionantes, incluida la estabilidad macroeconómica; invertido en servicios sociales básicos e infraestructura, protegido a los grupos vulnerables y defendido el medio ambiente. Supongamos un Estado que logre, por medio de políticas y reformas agresivas, controlar la inflación, bajar las tasas de interés a niveles aceptables, bajar el desempleo a niveles entendibles, abrir su economía, privatizar las empresas innecesariamente estatizadas o desmonopolizar la construcción de infraestructura, la prestación de buena parte de los sevicios públicos, servicios sociales y demás bienes y servicios que han sido ineficientes, crear una base institucional imprescindible, fuerte y no arbitraria, proteger, en debida forma, el orden público después de haber pactado la paz con los grupos insurgentes, proteger la propiedad, acabar con la inseguridad económica en el hogar (evitando la miseria en la vejez a través de sistemas de pensiones, ayudando a hacer frente a enfermedades catastróficas mediante seguros de salud y brindando asistencia, en caso de pérdida del trabajo, con seguros de desempleo), controlar la corrupción, ampliar la participación ciudadana a buena parte de las instancias democráticas y, en fin, que logre cerrar esa amplia brecha existente entre lo esperado de él y su propia posibilidad oportuna de respuesta, acomodando, como lo ha dicho el mismo Banco Mundial, sus funciones a su capacidad. Es decir imaginemos un estado que destile optimismo y sea atractivo para la inversión. Bueno, ¿no? Ahora imaginemos que pasaría después.



Ante tanta eficiencia y tan buenas condiciones no es exagerado prever la venida masiva de inversiones extranjeras. Tampoco nos parecería extraño que los inversionistas nacionales, en vez de estar produciendo empleo y desarrollo en países extranjeros vuelvan a traer su platica. Entonces el optimismo se apodera del mercado. El entusiasmo se vuelve efervescente y hace avisorar, para un futuro cercano, el crecimiento acelerado entre un 7 u 8% anual. Las tasas de intereses bajan, habiendo mucha plata en los bancos para prestar, razón por la cual se dispara el consumo de bienes lujosos y necesarios. El consumidor tiene plata para importar y para gastar. Eso hace que el estado incremente sus ingresos tributarios sobre el consumo y las importaciones. Y como el estado tiene la tendencia siempre a gastarse todos sus ingresos y algo más, por supuesto aumentará el gasto público y la economía se mostrará abundante. Pero, como dice el tonto del pueblo: "¡de eso bueno no dan tanto!" Es previsible que al cabo de algunos años, tres o cuatro, las cosas cambien. Los ciudadanos endeudados y disfrutando de sus "bienes durables", comenzarán a ser prudentes en sus gastos. La economía, ante la imposibilidad de seguir creciendo y con un déficit importante en la balanza comercial, empezará su efecto boomerang. Y cuando se prevé una economía con problemas, las inversiones decrecen, las tasas de interés aumentan, el ingreso tributario del Estado se disminuye y el déficit empieza a aumentar, razón por la cual el estado decide financiar su presupuesto con más préstamos que los bancos internacionales empiezan a entrabar o negar, ante la desconfianza de los mercados. Los inversionistas nacionales y extranjeros sienten miedo y comienzan a sacar su platica de nuevo. Las tasas de interés siguen aumentando, la inflación galopa con alegría, el desempleo hace de las suyas y, en fin, la economía entra en recesión. El gobierno, viendo seriamente averiados sus ingresos, recorta como puede el gasto público, en el sector de inversiones primero y luego en el de funcionamiento, propone otra reforma tributaria para aumentar los impuestos, hace esfuerzos ingentes para controlar la evasión persiguiendo a sus contribuyentes e interviene forzosamente para salvar a los ahorradores de los bancos en quiebra y para, costosamente también, salvar una que otra empresa importante de su liquidación. La recesión se vuelve crítica. Y para realidades críticas las soluciones más comunes son las medidas de choque. El país que nos imaginamos será ahora víctima de la fuerte devaluación, de los planes rigurosos de ajuste fiscal, de la parálisis en sus inversiones, de despidos masivos, de ajustes salariales por debajo del índice de inflación y todo lo demás. Y, claro, ¡el país se recuperará!

Fuente del artículo http://www.articulo.org/autores_perfil.php?autor=933

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